Jorge Higuaín, argentino nacionalizado francés, fue un central rocoso y con muchos bemoles que jugó en Argentina y Francia en los 80. Le llamaban El Pipa por su prominente nariz. Su hijo Gonzalo, el Pipita, tiene un respeto reverencial por su progenitor, que ha cuidado con mimo su carrera desde que era un pipiolo que defendía la camiseta de River. El hijo ha mejorado la especie futbolística, tiene las mismas "pelotas" que el padre, pero mucha más calidad para decidir los partidos.
Conozco el caso de muchos chavales que tenían todas las condiciones para triunfar en el fútbol , niños a los que el entorno familiar confundió hasta el punto de odiar el juego con el que eran felices. Y se quedaron por el camino. El caso de Higuaín es exactamente el contrario: su padre ha sabido marcarle la línea desde crío para hacerse grande disfrutando de su profesión. Y lo ha conseguido.
Los dos goles ante el Espanyol han devuelto la sonrisa al delantero, que en las últimas semanas aparecía con el gesto serio, forzado, y en el campo las cosas tampoco terminaban de salirle demasiado bien. Siempre se ha caracterizado por ganar todas las peleas a las que se ha enfrentado, pero esta vez se le notaba más tristón de lo normal. Parecía superado por la situación, tocado en su orgullo una vez más. En el Madrid casi todo le ha costado el doble que al resto, pero su ADN luchador le ha hecho siempre salir vencedor. Y el otro día fue una nueva prueba.
Es cierto que ahora su suplencia , con Benzemá sano, está justificada porque el francés se está saliendo, pero el argentino siempre ha tenido una legión de detractores a los que todo lo que hace les parece insuficiente. Y es injusto. Incluso recién llegado y sin ser el futbolista que es hoy día, ha dado tardes de gloria al club con goles decisivos para ganar títulos. Por eso cada verano tiene un montón de ofertas encima de la mesa, ofertas que nunca ha querido escuchar para seguir los consejos de su padre: triunfa en el Madrid y serás uno de los mejores delanteros del mundo. Como siempre, el Pipita le hará caso y seguirá marcando goles de blanco, creciendo como futbolista y convenciendo a los escépticos que siguen dudando de su calidad. Y como siempre, su padre se mantendrá en segundo plano, cerquita pero sin molestar, convencido de que su obra está prácticamente terminada…
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