viernes, 6 de enero de 2012

Revista GQ Gonzalo Higuaín, ese raro ídolo de pocos

Algunos le llaman cariñosamente 'Pipita'.



Recuerdo que cuando Michael Jordan volvió a las pistas en los Playoffs de 1994/1995, tras un año y medio retirado, rezaba porque metiera más de 20 puntos por partido y no se emborronara su leyenda. No es que después de siete títulos de máximo anotador y tres anillos quisiera seguir sorprendiéndome y emocionándome con sus gestas, es que era ya tan grande el amor que le profesaba que de alguna manera albergaba un instinto protector hacia él más allá de que yo no fuera mileurista aún y él cobrara más de 30 millones de los antiguos dólares. 

Años después vería contrastado mi sentimiento cuando, en un monólogo de la Paramount, el cómicoIgnatius Farray explicaba que "las chicas, nada más entrar a un bar, saben si van o no a follar. Y si han decidido follar contigo, basta que no hagas o digas algo de gilipollas para que eso suceda". El mérito de Jordan, pues, no fueron los tres títulos que ganó después de los tres primeros. Fue no defraudar a mi memoria ni a su CV

Donde nacen los ídolos


Hay un momento con los ídolos en que un regate disparatado y certero, una cabriola donde se podía ejecutar una asistencia ordinaria o una décima de segundo en el aire más que los demás suponenadhesiones cuasieternas. Ese cuasi se supera rezando, o con los dedos cruzados, o apretando la rodilla de un amigo en el bar gallego de turno esperando que Messi no adopte formato manada de búfalos

La circunstancia se agrava si, quitando a Dios, resulta que tus ídolos son algo más falibles que los de los otros niños, porque Reggie Miller, Toni Kukoc, Santiago Hernán Solari, Iván Helguera o Gonzalo Higuaín, no eran (son) precisamente Larry Bird, Scottie Pippen, Raúl, Maldini o Wayne Rooney. 

Levantar al Bernabéu


Tantas líneas para explicar que lo de ayer en el Bernabéu (3-2 en la eliminatoria copera de octavos contra el Málaga tras superar dos goles de desventaja) sirvió para que un ídolo de poca gente se reivindicara de manera desapercibida y quizá acallara los palos durante un par de jornadas más. 

Sentado en la octava fila a pie de campo con otra amiga muy fan de Higuaín, nos veíamos absolutamente huérfanos en nuestra idolatría dentro de un ecosistema hostil donde no sabes qué jugador local desata mayores simpatías por el constatable hecho de que la parroquia blanca tiene el insulto en la punta de la lengua a poco que se yerre un pase. Guti lo sabe. El Pipita (requerido para venta en el presente mercado de invierno por uno de los guardias de seguridad que flanqueaban el acceso al palco cuando la primera parte tocaba a su fin) también lo sabe. 

Los socios del Real Madrid, un equipo de tradición arrolladoramente ganadora, muy pocas veces ejercen ese comportamiento tan atlético del que me declaro culpable cuando me alegro por los logros humildes y las catástrofes pequeñitas y soslayables de mis jugadores más admirados. Su aplauso sólo se paga con tripletes o Copas de Europa. 

Pero...

Sin embargo ayer cambiaron las tornas hasta el fin de semana. Un gol de Khedira (que salió como un vendaval junto a Özil y Benzema en sustitución de los desentonados Arbeloa, Kaká y Callejón nada más comenzar a segunda parte) emborrachó de autoestima al delantero argentino, que dos minutos más tarde marcó un gol de listo cuando nadie esperaba tanta cosecha tan aceleradamente. Suyo fue también el pase del tercero que Benzema concretó en diana con templanza. 

Hoy los periódicos se han despertado con la noticia del 9 galo como revulsivo, como mesías indispensable ascendido de los infiernos el pasado año en una metamorfosis redentora que nunca vivió Anelka. Él, por encima incluso de puntales díscolos como Cristiano Ronaldo u Özil, es el prototipo de héroe más difícil de tirar por tierra. Su crédito y margen de maniobra puede alcanzar en ocasiones hasta tres partidos, extrañísima renta en un deporte demasiado bien pagado. 

Mientras tanto, Pipita, mil veces enfrentado a delanteros canteranos o fichados y mil veces ganador de la contienda, sigue cultivando una leyenda claroscura que sólo apreciamos en su justa medida quienes ovacionamos en la sombra sus “Che, ¿vihte?” y algunos intangibles personalísimos y autobiográficos que parten de una rareza y capacidad de conmoción absolutamente extravagantes.
Información recogida por revistaGQ.com

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